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lunes, 2 de julio de 2012

Alain Mimoun y Emil Zatopek



Son muchos los atletas que forman parte de la historia de las olimpíadas. Entre todos ellos, podemos encontrar el nombre del atleta checoslovaco Emil Zatopek, posteriormente apodado como la “locomotora humana”. Pero no es por las 5 medallas olímpicas, los 18 récords del mundo o los 3 oros europeos que ganó durante su carrera deportiva que hoy le quiero dedicar mi particular homenaje, sino por todo lo que rodeó su vida personal y profesional.
Dicen los historiadores que este chico de familia humilde, empezó a correr casi por casualidad. En su pueblo, la fábrica de zapatos en la que trabaja organizaba cada año una carrera popular, y con 18 años, y sin realizar ningún tipo de entrenamiento, participó y ganó. Poco años después, alistado en el ejercito de su país y cumpliendo siempre con la dura disciplina militar, Zatopek salía a correr cuando todos descansaban.

De carácter amable y bondadoso, Zatopek corría por placer, con una técnica y un estilo de correr más bien pésimo, este joven entrenaba sin seguir ningún tipo de recomendación de los expertos. Zarandeando los brazo y con cara de sufrimiento, siempre salía a correr todo lo rápido que podía como un boxeador que estuviera luchando contra su propia sombra. “No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la vez” afirmaba Zatopek. Fue entonces cuando se convirtió en el mejor atleta nacional, batiendo los récords en las distancias de 2.000, 3.000, 5.000 y 10.000 metros. Pero no fue hasta las olimpíadas de Helsinki (1952) cuando entró en la historia de los juegos olímpicos, compitiendo y venciendo, en apenas una semana, en las carreras de 5.000 metros, 10.000 metros y el maratón. Nunca antes había competido en un maratón. Jim Peters tenía el récord mundial del momento, y salió todo lo rápido que pudo pensando en fatigar al inexperto Zatopek, pero cuando la carrera estaba ya muy avanzada Zatopek preguntó a Peters: “Este ritmo, ¿es suficiente?”, a lo que Peters respondió con la respiración entrecortada que era un ritmo “lento”, lo que estimuló a Zatopek para aumentar la velocidad y llegar a la meta en un tiempo de 2h 23minutos y llevarse la medalla de oro.
 Esto llevó a Zatopek a perfeccionar su método de entrenamiento. Sin escuchar las recomendaciones de los expertos, Zatopek entrenaba pensando en “correr la máxima distancia, a la máxima velocidad”. Y de aquí nació el método de entrenamiento interválico, que le llevó a conseguir numerosos éxitos (y posteriormente revolucionar la ciencia del entrenamiento). Realizaba series de no más de 400 metros todo lo rápido que podía, con descansos relativamente cortos. Y gracias a éste tipo de entrenamiento extremadamente duro, Emil forjó una capacidad de sufrimiento envidiable. Sus gestos faciales cuando corría, podían despertar dolor empático a cualquier espectador, y se convirtió en un atleta muy querido incluso fuera de su país. Sus victorias eran celebradas y aplaudidas por todo el mundo.
 
Víctima de los sistemas políticos del momento, fue retirado por el gobierno a trabajar a las minas de uranio y posteriormente de basurero por las calles de Praga, dónde seguía siendo un ídolo para los ciudadanos que le seguían aclamando. Y según afirman los expertos, Zatopek siempre les recibía con una sonrisa bondadosa y unas formas amables. Y es que por encima de todo, éste atleta era una persona de principios, que nunca corrió por la fama y el dinero, sino “con esperanza en el corazón y sueños en la cabeza”. Uno de los episodios más sonados de su vida sucedió una vez retirado. Trabajando de barrendero por las calles de Praga, recibió la visita de Ron Clarke, un atleta guapo, alto y estiloso, que a pesar de haber conseguido varias plusmarcas en su especialidad, era considerado un fracasado por los aficionados de su país, por su discreto papel en los juegos olímpicos. Cuando se despidieron, Clarke observó que Emil depositaba un pequeño paquete en su maleta de viaje.  No lo abrió hasta llegar a su país, y totalmente atónito, observó que el regalo era, ni más ni menos, que la medalla de oro que Zatopek consiguió en la prueba de 10.000 metros de las olimpíadas de Helsinki. Cuando la vida de Zatopek estaba siendo más dura, en su peor momento, regaló su más preciado tesoro al atleta australiano. Más tarde, Ron Clarke afirmaría que “no ha habido, ni habrá jamás, otro hombre como Emil Zatopek”.

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