Son muchos los atletas que forman parte de la historia de las
olimpíadas. Entre todos ellos, podemos encontrar el nombre del atleta
checoslovaco Emil Zatopek, posteriormente apodado como la “locomotora humana”.
Pero no es por las 5 medallas olímpicas, los 18 récords del mundo o los
3 oros europeos que ganó durante su carrera deportiva que hoy le quiero
dedicar mi particular homenaje, sino por todo lo que rodeó su vida
personal y profesional.
Dicen los historiadores que este chico de familia humilde, empezó a
correr casi por casualidad. En su pueblo, la fábrica de zapatos en la
que trabaja organizaba cada año una carrera popular, y con 18 años, y
sin realizar ningún tipo de entrenamiento, participó y ganó. Poco años
después, alistado en el ejercito de su país y cumpliendo siempre con la
dura disciplina militar, Zatopek salía a correr cuando todos
descansaban.
De carácter amable y bondadoso, Zatopek corría por placer, con una técnica y un estilo de correr más bien pésimo, este joven entrenaba sin seguir ningún tipo de recomendación de los expertos. Zarandeando los brazo y con cara de sufrimiento, siempre salía a correr todo lo rápido que podía como un boxeador que estuviera luchando contra su propia sombra. “No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la vez” afirmaba Zatopek. Fue entonces cuando se convirtió en el mejor atleta nacional, batiendo los récords en las distancias de 2.000, 3.000, 5.000 y 10.000 metros. Pero no fue hasta las olimpíadas de Helsinki (1952) cuando entró en la historia de los juegos olímpicos, compitiendo y venciendo, en apenas una semana, en las carreras de 5.000 metros, 10.000 metros y el maratón. Nunca antes había competido en un maratón. Jim Peters tenía el récord mundial del momento, y salió todo lo rápido que pudo pensando en fatigar al inexperto Zatopek, pero cuando la carrera estaba ya muy avanzada Zatopek preguntó a Peters: “Este ritmo, ¿es suficiente?”, a lo que Peters respondió con la respiración entrecortada que era un ritmo “lento”, lo que estimuló a Zatopek para aumentar la velocidad y llegar a la meta en un tiempo de 2h 23minutos y llevarse la medalla de oro.
De carácter amable y bondadoso, Zatopek corría por placer, con una técnica y un estilo de correr más bien pésimo, este joven entrenaba sin seguir ningún tipo de recomendación de los expertos. Zarandeando los brazo y con cara de sufrimiento, siempre salía a correr todo lo rápido que podía como un boxeador que estuviera luchando contra su propia sombra. “No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la vez” afirmaba Zatopek. Fue entonces cuando se convirtió en el mejor atleta nacional, batiendo los récords en las distancias de 2.000, 3.000, 5.000 y 10.000 metros. Pero no fue hasta las olimpíadas de Helsinki (1952) cuando entró en la historia de los juegos olímpicos, compitiendo y venciendo, en apenas una semana, en las carreras de 5.000 metros, 10.000 metros y el maratón. Nunca antes había competido en un maratón. Jim Peters tenía el récord mundial del momento, y salió todo lo rápido que pudo pensando en fatigar al inexperto Zatopek, pero cuando la carrera estaba ya muy avanzada Zatopek preguntó a Peters: “Este ritmo, ¿es suficiente?”, a lo que Peters respondió con la respiración entrecortada que era un ritmo “lento”, lo que estimuló a Zatopek para aumentar la velocidad y llegar a la meta en un tiempo de 2h 23minutos y llevarse la medalla de oro.
Esto llevó a Zatopek a perfeccionar su método de entrenamiento. Sin
escuchar las recomendaciones de los expertos, Zatopek entrenaba pensando
en “correr la máxima distancia, a la máxima velocidad”. Y de aquí nació
el método de entrenamiento interválico, que le llevó a
conseguir numerosos éxitos (y posteriormente revolucionar la ciencia
del entrenamiento). Realizaba series de no más de 400 metros todo lo
rápido que podía, con descansos relativamente cortos. Y gracias a éste
tipo de entrenamiento extremadamente duro, Emil forjó una capacidad de
sufrimiento envidiable. Sus gestos faciales cuando corría, podían
despertar dolor empático a cualquier espectador, y se convirtió en un
atleta muy querido incluso fuera de su país. Sus victorias eran
celebradas y aplaudidas por todo el mundo.
Víctima de los sistemas políticos del momento, fue retirado por el
gobierno a trabajar a las minas de uranio y posteriormente de basurero
por las calles de Praga, dónde seguía siendo un ídolo para los
ciudadanos que le seguían aclamando. Y según afirman los expertos, Zatopek siempre les recibía con una sonrisa bondadosa y unas formas amables.
Y es que por encima de todo, éste atleta era una persona de principios,
que nunca corrió por la fama y el dinero, sino “con esperanza en el
corazón y sueños en la cabeza”. Uno de los episodios más sonados de su
vida sucedió una vez retirado. Trabajando de barrendero por las calles
de Praga, recibió la visita de Ron Clarke, un atleta
guapo, alto y estiloso, que a pesar de haber conseguido varias
plusmarcas en su especialidad, era considerado un fracasado por los
aficionados de su país, por su discreto papel en los juegos olímpicos.
Cuando se despidieron, Clarke observó que Emil depositaba un pequeño
paquete en su maleta de viaje. No lo abrió hasta llegar a su país, y
totalmente atónito, observó que el regalo era, ni más ni menos, que la medalla de oro
que Zatopek consiguió en la prueba de 10.000 metros de las olimpíadas
de Helsinki. Cuando la vida de Zatopek estaba siendo más dura, en su
peor momento, regaló su más preciado tesoro al atleta australiano. Más
tarde, Ron Clarke afirmaría que “no ha habido, ni habrá jamás, otro hombre como Emil Zatopek”.
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